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jueves, 21 de noviembre de 2013

One Flew Over the Cuckoo's Nest

Y de pronto todos dejan de zaherirle. Comienzan a hinchársele los brazos y se le marcan las venas. Aprieta los ojos y sus labios se separan y dejan ver los dientes. Echa hacia atrás la cabeza y, desde su cuello levantado hasta los brazos y a lo largo de éstos hasta llegar a las manos, los tendones se dibujan como tensas cuerdas. 

Todo su cuerpo se estremece y se esfuerza en levantar algo que él sabe que no conseguirá mover, que todos sabemos que no conseguirá mover.

Pero, por un breve instante, cuando oímos crujir el cemento a nuestros pies, pensamos, cielo santo, ¿y si lo consigue?


Luego el aliento le abandona como si hubiera explotado y va a dar contra la pared como un peso muerto. Las barras aparecen ensangrentadas allí donde se ha abierto las manos. Se queda un minuto jadeando, apoyado contra la pared, con los ojos cerrados. No se oye ni un rumor, excepto su ronco jadeo; nadie abre la boca.

Abre los ojos y pasea la mirada sobre nosotros. Uno a uno, va observando a todos los presentes -incluso a mí-, luego saca del bolsillo todos los pagarés que había ganado al póquer estos últimos días. Se inclina sobre la mesa e intenta ordenarlos, pero tiene las manos agarrotadas como rojas garras y no puede mover los dedos.

Acaba arrojando todo el montón al suelo -probablemente cuarenta o cincuenta dólares en pagarés por cada hombre- y nos vuelve la espalda camino de la puerta. Se detiene en el umbral y desde allí nos lanza una última mirada a todos.

-Pero al menos lo he intentado -dice-. Maldita sea, al menos nadie puede reprocharme eso, ¿no?

Y sale, dejando tras de sí todos aquellos trozos de papel manchado, esparcidos por el suelo, por si alguien quiere buscar el que le corresponde.

Alguien voló sobre el Nido del Cuco - Ken Kesey

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