En 1915 el fotógrafo Leon Gimpel conoció a un grupo de niños de barrio de París que habían formado su propio ejército. Estableció como rutina visitarlos los domingos ayudándolos a construir un arsenal con lo que tenían a mano con la idea de llevar a cabo un casting y dirigirlos en la lucha contra el enemigo. Gimpel acabó prendado de esos niños.
Al final de cada sesión recompensaba a las tropas con dulces a lo que el ejército gritaba "¡Viva la fotografía!"
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